Miles de personas acuden año tras año a Santiago de Compostela para visitar la tumba del Apóstol en la Catedral de Santiago. Es el destino final del Camino y de sus numerosas rutas que salen de diferentes puntos de Europa. Pero los restos de Santiago el Mayor no siempre estuvieron tan bien localizados y la historia de su descubrimiento es toda una leyenda.
El Apóstol fue decapitado en el año 44 d.C. por orden del rey Herodes Agripa I por predicar la fe cristiana. Dos discípulos de Santiago decidieron robar su cuerpo y llevarlo en barco a Gallaecia (Galicia durante el Imperio Romano), tierras en las que había predicado el Evangelio.
Tras esta larga travesía, la leyenda cuenta que llegaron al puerto de Iria Flavia (actual Padrón) en busca de un lugar en el que dar sepultura a su maestro. Para ello, acudieron a pedir auxilio a la reina Lupa quien, lejos de ayudar, se dedicó a poner obstáculos en su camino.
Sin embargo, los discípulos superaron todas sus trampas gracias a una serie de milagros que impresionaron a la soberana, que decidió convertirse al cristianismo y los llevó a un lugar perfecto para enterrar al Apóstol: el bosque de Libredón.
Los dos varones permanecieron custodiando la tumba hasta su propia muerte y fueron enterrados junto a su maestro. Así, el sepulcro cayó en el olvido durante ocho largos siglos.
El milagro del campo de estrellas
En el año 823, el ermitaño Pelayo comenzó a ver unos fenómenos extraños en el cielo. La leyenda dice que eran unas luces, parecidas a estrellas, que apuntaban a un lugar del bosque. Confuso, fue a contarle el suceso al obispo de Iria Flavia, Teodomiro.
Decidieron ir juntos al punto que indicaban los resplandores y, allí, encontraron el sepulcro del Apóstol y sus discípulos. Avisaron de la noticia al rey Alfonso II ‘El Casto’, que quiso ir a ver la tumba en persona y utilizó la ruta que hoy conocemos como el Camino Primitivo. Cuando llegó, ordenó la construcción de un templo en el que guardar los restos de Santiago el Mayor y que se convertiría en la Catedral de Santiago.
Este descubrimiento fue el que dio el pistoletazo de salida a la creación de Santiago de Compostela y del Camino de Santiago, una ruta milenaria que continúa atrayendo a miles de caminantes hoy en día.
La ‘huida’ del Apóstol
Pese a todo esto, los restos del Apóstol Santiago no permanecieron en el mismo lugar para siempre. En el siglo XVI, en el año 1589, el cabildo de la Catedral decidió esconder el cuerpo del santo ante un posible ataque del pirata Francis Drake.
En ese momento, España se encontraba en guerra con Inglaterra. Después del fracaso de la Armada Invencible, los británicos habían atacado la ciudad de A Coruña y los sacerdotes estaban convencidos de que el próximo blanco del corsario sería Compostela.
Eso sí, no ocultaron a Santiago el Mayor muy lejos. De hecho, sus restos se encontraron en el año 1879 en una pequeña capilla detrás del altar mayor de la Catedral. En el año 1884, el Papa León XIII confirmó la autenticidad del cuerpo del Apóstol e invitó a los católicos a peregrinar a la capital gallega.
El Apóstol Santiago descansa ahora en una cripta situada debajo del altar mayor. Visitar este lugar es uno de los rituales imprescindibles para todo peregrino que llega a Compostela y que va a presentar sus respetos a la tumba del santo.
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