El oficio del campanero tiene sus orígenes en la Edad Media, cuando en las grandes catedrales e iglesias de Europa las campanas desempeñaban un papel fundamental en la vida religiosa y social.
La labor del campanero consistía en hacer sonar las campanas a diversas horas del día para convocar a los fieles a misa, anunciar celebraciones, eventos importantes o simplemente marcar el paso del tiempo.
La jornada laboral del campanero era larga y agotadora. Comenzaba al amanecer, cuando el campanero hacía sonar las primeras campanas del día, y llegaba hasta el anochecer. Todos los días. De sol a sol. Sin descansos, sin festivos, sin vacaciones. Por eso, su labor no solo requería habilidad, sino también dedicación, esfuerzo, disciplina, puntualidad y devoción.
Así, esta figura representaba un vínculo esencial entre la Iglesia y la ciudad.
La Torre de las Campanas, la residencia del campanero
Para facilitar su trabajo, la Catedral de Santiago ofreció a los campaneros una vivienda en la misma torre donde se encontraban las campanas, la conocida Torre de las Campanas.
Esta vivienda consistía en una pequeña casa de dos alturas, que se adaptaba a las limitaciones de espacio de la Catedral y que le permitía al campanero vivir cerca de las campanas y tener acceso directo a ellas.
La vida del campanero y su familia se desarrollaba en este espacio humilde, pero funcional a su vez, con lo esencial para poder cumplir con las tareas diarias. Aunque, a esa altura, la vivienda también presentaba desafíos como el frío y la humedad.
La Torre de las Campanas fue el hogar de varias generaciones de campaneros. De hecho, fue habitada durante más de 200 años. Así, su historia es una parte importante del patrimonio cultural de Santiago de Compostela.
Aunque hoy en día ya nada queda de ella ni de la figura del campanero, su legado sigue vivo en el sonido de las campanas que siguen marcando el ritmo de la vida religiosa y social de la ciudad.
La tradición del Árbol de la Ciencia de Santiago de Compostela
Ricardo Fandiño Lage, el último campanero
La historia de la residencia de los campaneros de la Catedral de Santiago llegó a su fin en 1962, cuando Ricardo Fandiño Lage y su familia abandonaron la Torre de las Campanas.
Ricardo, el último campanero en habitar esta casa, desempeñó su oficio con dedicación junto a su esposa y sus tres hijos desde 1942.
Durante años, fue el encargado de hacer sonar las campanas de la Catedral y su residencia en la torre fue testigo de esta tradición. De hecho, el propio Ricardo fue quien implementó una serie de ingenios para ejecutar los repliques desde su propia cama a través de una serie de cables y poleas.
Tras su marcha y su inventiva, el oficio del campanero en la Catedral de Santiago cambió, la tecnología avanzó y la necesidad de un campanero residente se desvaneció.
El fin de una tradición
Hoy, las campanas siguen marcando el ritmo de la ciudad, pero el oficio ha cambiado, adaptándose a los avances tecnológicos.
Sin embargo, el legado de los campaneros permanece en la memoria de la comunidad y en las historias que aún se cuentan sobre aquellos que vivieron cerca de las campanas, llevando el peso de una responsabilidad que no solo era técnica, sino también profundamente simbólica.
La casa del campanero fue derribada y ya no existe. Sin embargo, desde hace algún tiempo se pueden visitar las cubiertas de la Catedral, donde todavía se pueden apreciar pequeñas marcas en las paredes que evidencian su existencia.
Así, y tras leer este artículo, podrás hacerte una idea de cómo era la vida de aquellos que, durante más de 200 años, se encargaron de mantener viva la tradición, uniendo a la ciudad y a la Iglesia a través del sonido de las campanas.
0 comentarios